El año de 1976 muy presente lo tiene Don Leandro Rovirosa Wade (Villahermosa, Tab-1918). En uno de los mítines de campaña, un campesino sastre de nombre Agustín, sube al templete para regalarle una guayabera blanca, la que por cierto puso de moda Luis Echeverría Álvarez, entonces presidente de la república. En la efervescencia y el calor tabasqueño, los asistentes, efusivos, le corean: “que se la ponga, que se la ponga”. Conocedor de la psicología popular, el candidato a gobernador se quita la que lleva y se pone la del obsequio. Para su sorpresa le quedó muy bien y le pregunta al sastre, que cómo le hizo para calcular. Este responde: “con sólo verlo, ingeniero, le tomé las medidas”. Y Don Leandro voltea hacia el público y dice con ingenio en su arenga: “así quiero que todos ustedes me tomen la medida”. La militancia aplaudió y festejó con fuerza. En otro mitin su comitiva coincidió con la de Doña Celia Gon-zález de Rovirosa. Por ese entonces se acostumbraba que el candidato y la esposa hicieran giras separadas. Lo curioso es que junto a una escuela, mientras ella tenía cientos de personas a su alrededor entre mujeres y niños, Don Leandro estaba prácticamente solo. Y volteaba hacia todos lados para ver si algunos lo reconocían, y nada. Por fin Doña Celia lo presentó como el candidato a gobernador. Hasta ese momento le hicieron caso. Lo anterior lo cuenta festivo el propio ex gobernador en un desayuno al que nos invitó en su casa del Distrito Federal el pasado 2 de julio, al cual asistimos: Gerardo Gaudiano, Cristian Narváez Romero, Juan José Martínez Pérez, Tomás Rivas, el Dr. Amat De la Fuente y un servidor. Suave en la conversación y el trato, el ingeniero ofrece su tiempo para la charla; en sus palabras alegres denota que está bien informado de lo que sucede en la entidad que le vio nacer y a la que gobernó con el ímpetu del presente brioso que persigue al futuro. “No me desprecien el pan”, dice cuando ve la panera casi llena. El desayuno había sido abundante: huevos en salsa de tomate y jugo de naranja. Apenas pudimos degustar, entre todos, dos o tres piezas de pan dulce. El nombre del Ing. Leandro Rovirosa Wade está en diversos lugares de la geografía de Tabasco. En callejones, avenidas, bulevares y en placas referente de sus obras, desde modestos centros de salud o escuelas en apartadas rancherías y poblados, hasta en edificios grandes, hospitales, pasos a desnivel, bibliotecas, museos, el parque la Choca, Tabasco 2000, etc. Pero lo más importante: está grabado en el pensamiento de los hombres y mujeres que en Tabasco lo recuerdan como uno de los cuatro gobernantes que para bien han dejado huella en la historia estatal junto a Tomás Garrido Canabal, Carlos Alberto Madrazo y Enrique Gon-zález Pedrero. Cada uno con características distintas, con luces y sombras, pero con balance favorable. Cuando él ejerció en la política “eran otros tiempos”. Y hace referencia a las leyes no escritas, cuando el país entero era políticamente de partido único por lo cual se gobernaba con mando a cabalidad, sin más freno que la visión personal y la conciencia. El presidente de la república y el gobernador ponían candidatos a todos los puestos de elección popular; se ejercía el dedo elector sin oposición. “Ya es tiempo que Nacajuca tenga un presidente chontal”, cuenta que le dijo López Obrador en ese entonces coordinador de Asuntos Indígenas, antecedente del Instituto Nacional Indigenista, Delegación Tabasco. Se propuso para tal fin a Felipe Rodríguez De la Cruz, dirigente indígena. Vino la campaña, luego el triunfo, porque antes ningún candidato del PRI perdía, y a los pocos meses Felipe estrenó coche, cambió de mujer y compró casa nueva. “Nos equivocamos, gobernador”, le dijo Obrador. Y tranquilo responde Don Leandro: “no; te equivocaste tú”. Llega el momento de la despedida. “Yo tengo todo el tiempo para platicar”, nos dice afable mientras nos obsequia un libro de su autoría, H2ombre, editado en su 3ª edición por el Senado de la República, en el cual desglosa sus ideas sobre la importancia que tiene el agua para la vida del planeta. También nos muestra con orgullo uno de los primeros libros de López Obrador, Los primeros pasos 1810-1867, con dedicatoria de puño y letra: “Para el Ing. Leandro Rovirosa Wade, un extraordinario humanista, con quien me inicié en el quehacer político, por su paciencia y comprensión en mis primeros años de entusiasmo desbordante, con el cariño de un hijo (firma) 13-08-86. Mexico. D.F.” |
jueves, 20 de mayo de 2010
Con sólo verlo, ingeniero
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario