Antonio Solís Calvillo
Antes se había publicado el decreto con el que los ciudadanos
estaban obligados a registrarse para integrar el censo de población.
Por ese motivo José viajaría desde su pueblo hasta la capital
con María y su primogénito. Se empadronaría y estaba dispuesto a presentar su
inconformidad respecto a los nuevos impuestos. Reflexionaba: “si permitimos
esto, ¡Señor de los cielos!, luego los recaudadores de impuestos nos van a querer
cobrar por defecar o por el aire que respiramos.
José, resuelto, tomó a su hijo y colocó a María sobre una
burra vieja y emprendió el camino a la capital. Contentos entonaban cantos de
la época.
Cuando estaba cerca de la ciudad José notó aflicción en el
rostro de María. Preguntó: “¿qué te aflije, mujer?” María respondió que era por el embarazo y las inconveniencias
del viaje.
Horas después la vio contenta. Dijo José: “Me admiran los
cambios en tu rostro, tristes antes, ahora contenta. ¡Alabado sea el señor de
los cielos”. María respondió: “me alegro y me entristezco debido a una visión
que tuve. Soñé que debido al nacimiento del niño se dividían los pueblos en dos
ejércitos.” José quedó asombrado ante
tan extraña visión.
Un ángel se le apareció a María y le aclaró el sueño:” el
ejército de la derecha tiene el temor de la llegada del enviado de los cielos,
porque será quien venga a poner orden; está integrado por los adoradores del
becerro de oro, ladrones de cuello blanco, diputados del mayoriteo, mercaderes
de la palabra, comerciantes que especulan para reetiquetar, gobernantes
ladrones, etc. El ejército de la izquierda está integrado por hombres de buena
voluntad: obreros, prostitutas, desempleados, borrachines, panaderos, amas de
casa, poetas, pastores de cabras y ovejas, etc.”
Caminaron más tiempo. Era cerca de medianoche. Pasaban por la
plaza central cuando María, con el semblante abatido por el cansancio y los
dolores le dijo a José que la bajara. José la ayudó y buscó un lugar donde
acomodarla. Una lluvia ligera se hizo presente.
Los habitantes de la plaza recomendaron que pidieran posada
en el palacio del virrey. Así lo hicieron. Los porteros negaron el acceso por
temor a que fueran tunantes. Arreciaba la lluvia. Unos hombres de buena
voluntad ayudaron a María y la llevaron al Palacio de la Justicia, donde
también pidieron posada. Allí el portero, amable dijo que eran vacaciones y que
no era lugar para gente pobretona. De allí se trasladaron al Palacio de los
representantes del pueblo. El portero avisó al ujier, el ujier al secretario y
este a los diputados del gobierno, estos al presidente de la Gran Comisión.
Todos coincidieron en que los estaban tratando de tomar el pelo: ”imaginaos,
por Judas y el César, tenemos que aprobar la reforma fiscal que nos mandan el
patrón y el gran recaudador, y estos hijos de su madre jugando a las posaditas”.
Como es de suponerse
les negaron la entrada al Palacio de gobierno.
En cambio los habitantes de Plaza de armas ofrecieron a los
peregrinos un espacio en el quiosco. Allí habían construido un pesebre para el
nacimiento tradicional.
María quedó instalada entre cartones húmedos y ropa vieja. Un
perro sarnoso y barrigón, un gallina se guarecían de la lluvia cerca de allí.
José dejo a su hijo y a María en buenas manos y salió en
busca de una partera. Mientras caminaba presuroso vio que el cielo y la tierra
se habían juntado. Una luz incandescente brilló en lo alto. Los pocos autos que
circulaban quedaron inmóviles. Un perro que ladraba a la luna quedó sin
movimiento. El agua del río Grijalva se detuvo. Los pájaros quedaron detenidos en
el aire. La lluvia se detuvo antes de caer al suelo. Así, en la hora del parto de la Virgen santa,
todas las cosas permanecían como fijadas en su actitud. Momentos después la
vida siguió su curso.
José encontró a dos
mujeres que sabían de alumbramiento y le acompañaron por la curiosidad de conocer
a María, embarazada siendo virgen. Ya en la plaza vieron extrañadas que un sol
resplandeciente iluminaba el lugar. Incrédulas pidieron a María pruebas de su
virginidad. Por dudar perdieron el habla; se arrepintieron. Un ángel les dijo
que cargando al niño serían curadas. Así lo hicieron y al volverles la voz juraron
servir al nuevo rey de esa parte de la tierra.
Los habitantes de Plaza de armas, ofrecieron lo poco que
tenían, lo poco, que sin embargo, es mucho cuando se da con amor. Llevaron platanitos
fritos, habas, frijoles, leche calientita, colaciones, arroz.
Los ignorados del mundo duro no eran soberbios. Un pobre
había nacido entre sus iguales y con amor le ofrecían aquellas pobres viandas. Sabían
que aquel niño nacido de pobres en la pobreza, nacido sencillo en la sencillez,
nacido de aldeanos en el corazón de la capital, había de ser el redentor de los
humildes, de los hombres de buena voluntad.
El quiosco de la Plaza central -conocida como Plaza de armas-
sucio por el olor a pobreza y orín, lugar de los hombres sin aguinaldo y sin
empleo, que se encuentran a la espera de una señal de buena voluntad, fue la
primera habitación del más puro de los nacidos de mujer.
*Publicado
en el Diario la Verdad del Sureste, diario de Villahermosa, el 24 de diciembre
de 1994
http://www.facebook.com/antonio.solis.33/posts/407260699350217