miércoles, 7 de julio de 2010

Sin hábito de lectura, la educación un fracaso

Fidencio Ramos Díaz, cuando obtuvo primer lugar en oratoria. (1994)


I.-Una de las certezas en educación es la importancia de la lectura para el desarrollo de la personalidad en los alumnos. Más aún, si no se logra adquirir  el hábito de la lectura, entonces el trabajo escolar no sirve, o concediendo, sirve de poco.
La educación tiene como objetivo sustancial el desarrollo del pensamiento en los alumnos. Entonces la práctica constante de la expresión oral y escrita, el hablar en público, el participar en clase y en los homenajes, el dar opinión, va logrando en el alumno que su pensamiento, en ejercicio constante, vaya adquiriendo características de lógica, coherencia, claridad, precisión.  El alumno lector aprende ortografía y sintaxis con la memoria fotográfica; adquiere seguridad en sí mismo,  aumenta la comprensión y  conceptualiza el mundo que le rodea, con sus alegrías y problemas.
También todo lo que el alumno va leyendo lo va transformando en imágenes, lo cual le permitirá construir imágenes nuevas. Y recordemos por supuesto  que todo lo creado por la humanidad estuvo primero en la imaginación del hombre. Una sociedad creativa vive mejor; un gobierno con creatividad e imaginación impulsa a la gente en la transformación de su entorno.
Allí radica la importancia de la lectura libre. Ni más ni menos.
II.- Desde el primer día de clases llegué a la telesecundaria de la ranchería El Martín con veinte libros de cuentos, poemas y novelas. Aproveché la clase de Español para comentarles que una actividad, no obligatoria, que les ayudaría mucho, era la lectura de libros; no de cualquier libro, y menos los gruesos y feos libros de telesecundaria de esa época, sino de ese cerro de libros que tenían al frente. Me miraban cautelosos.
Era 1994 y me tocó trabajar en una ranchería conocida popularmente como El Martín, aunque su nombre legal es Unión y Libertad, en el municipio de Macuspana. El grupo que me asignaron era segundo grado y “el aula” una palapa con inclinado piso de tierra. Para acercarme a los alumnos del fondo, tenía que subir, y lo hacía divertido, ocurrente.
Como motivación al asunto vital de la lectura  les conté la novelita corta de B. Traven, Macario. Lo hacía algo teatral. Algún alumno dijo que la había visto en la televisión. Yo le preguntaba para que él contara también.
III.- El que sabe leer y no lee, y sabiendo escribir no escribe, es como el que sabe caminar y no camina. Músculo que no se utiliza se atrofia. El individuo por lo general tiene la práctica de lo oral, lo cual le ha conformado una estructura de pensamiento que le proporciona “su” lógica de expresión. Entonces al leer libros, periódicos, revistas, etc, va aprendiendo de la lógica del pensamiento de los escritores. Lo mismo, las lecturas le proporcionan temas de plática, su memoria se amplía, así como su capacidad conceptual.
IV.- Era un viernes mi primer día de clase en el Martín. Llevaba entre los libros: Macario, de B. Traven; El llano en llamas, y Pedro Páramo, de Juan Rulfo; 20 poemas de amor y una canción desesperada, de Pablo Neruda; El forastero misterioso, de Mark Twain; El perfume, de Patrick Susckind; entre muchos otros. Les comenté de que podrían llevarlos a su casa con dos condiciones: una, que los cuidaran y  dos, que leyeran cuando menos dos páginas. Si en esas dos páginas el autor no había sido  capaz de atraparlos, era asunto del autor, no de ellos. Y había que cuidar los caros libros porque los hermanitos los rompen, los rayan, los mojan. El acuerdo convenido era que el lunes podían regresar el que no los haya atrapado.
V.- Cuando el lunes iniciamos la clase de español les pedí platicáramos de los libros;  que los que habían leído dos páginas y no les gustó,  me lo entregaran para cambiarlo por otros. Cinco alumnos se me acercaron. Yo contento porque estaba funcionando la estrategia para promover la lectura.
Fidencio Ramos había llevado El perfume, historia de un asesino, de Patrick Suskind. “No te gustó”, le dije, afirmando.  “Al contrario”, me respondió esbozando una sonrisa. “Entonces por qué me lo regresas”, le recriminé juguetón. “Es que ya lo leí, maestro”, dijo efusivo, con orgullo. No le creí. Le pedí me contara algo. Y me empezó a contar con detalle la novela donde se relata la vida del asesino francés que tenía muy desarrollado el olfato, y que ideó crear un perfume con el olor normal de las mujeres, para lo cual tenía que asesinarlas. Un fin de semana Fidencio había leído 250 páginas. Lo mismo pasó con Alexander, otro de los alumnos. Algunos regresaron libros pero llevaron otros; mientras otros se lo quedaron para terminarlo más lentamente.
VI.- Años después me he encontrado a alumnos y alumnas de aquella época como estudiantes en escuelas de educación superior, o como lavacoches algunos de ellos. Tienen muchas anécdotas para contarme. Las limitaciones económicas les truncaron, a varios, un mejor desarrollo. Sin embargo recuerdan con ahínco las lecturas de sus años de secundaria en ese grupo rural al que llegué en el 94. Fidencio Ramos dice que la lectura le ayudó a comprender el mundo de extrema marginación en el que vivía, y a tomar la decisión de estudiar. Alexander cuenta, festivo, platicador, seguro, que aunque no siguió estudiando, de vez en cuando compra y lee un libro.
VII.- En el sistema educativo de Tabasco hay condiciones para mejorar: sin embargo las estrategias para promover la lectura libre no han funcionado. ¿Las razones? Son varias. Una de ellas: no está generalizada la estrategia o no está bien comprendida. O no están convencidos los maestros y los funcionarios  de la Secretaría de Educación porque  no son lectores. Sin promover el hábito de lectura, sin obtener resultados en ese rubro la educación en Tabasco continuará siendo un fracaso. Un vil y rotundo fracaso.

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